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Contornos "Tránsfugas" Por: Octavio A. Lara Báez

Contornos
Tránsfugas
Octavio A. Lara Báez
No tienen convicciones ni lealtades más que con sus intereses personales. No importa si su partido los postuló una, dos, tres o más veces a algún cargo de elección popular, ni si trabajaron en alguna administración encabezada por un gobernante de su partido. Cuando la decisión no les favorece, amenazan, presionan, intrigan, lanzan “fuego amigo” para desestabilizar, confundir y dividir a la militancia. Finalmente, al no ver satisfechos sus apetitos políticos, abandonan la institución que los vio nacer a la actividad política y les dio la oportunidad de servir a la sociedad, les forjó un nombre y una trayectoria. Son los tránsfugas de la política, los que sólo creen en la unidad y en la democracia partidaria cuando son los elegidos para contender como candidatos, pero que cuando las decisiones partidistas no les favorecen o las dirigencias no se pliegan a sus caprichos, se disgustan y entonces las reglas internas, que antes ponderaban, de repente se vuelven reglas obsoletas, injustas o autoritarias y raudos y veloces hacen maletas para mudarse a otro partido que, según ellos, sí los valore.
Pero para que sus ex compañeros lamenten más su partida, los tránsfugas intentan llevarse a sus seguidores, aquellos que militaban con ellos en las mismas siglas y también se esfuerzan en convencer a algún segmento social que quizá simpatizaba con ellos de que ya no deben apoyar a ese partido, pues ahora la marca contraria –la que por cierto ellos ferozmente criticaban- es la mejor opción política, claro, pues ellos ahora están allí.
El clientelismo, forjado a base de repartir despensas, dinero y apoyos de toda índole durante años, les permite llevarse a “su gente” de las filas de su ex partido y ofrecerla como posibles votos cautivos a su nueva agrupación pero, sobre todo, como prueba del gran capital político que despreciaron sus ex compañeros. Una historia que cada vez que hay elecciones se reedita.
Casos excepcionales son aquellos cuando, ignorados por sus partidos, algunos políticos son impulsados por la propia sociedad para participar desde otra opción partidista, pues su capital político les alcanza para eso y porque no hay otra manera de contender a un cargo de elección popular más que inscrito por un partido, el que sea. Hay quienes más adelante hasta regresan a sus partidos, pero son los menos, la mayoría se van porque no se sienten tomados en cuenta y entonces se empecinan en cobrarle la afrenta a su organización política.
Y en este cambiar de camiseta, olvidando los principios y valores en los que alguna vez juraron creer firmemente, se producen profundas metamorfosis, a veces semejantes a un Frankenstein: vehementes revolucionarios devienen en persignados derechistas; políticos de pensamiento abierto y progresista pasan a ser defensores fervorosos del más rancio conservadurismo; también los hay que de socialdemócratas se vuelven de la izquierda recalcitrante, todo con tal de encontrar acomodo en una fuerza política distinta a su origen pero que les permita “seguir en la jugada”. En cada caso, se trata de la adopción de posturas convenencieras y no pocas veces absurdas, producto de la ambición política personal.
En otras ocasiones, cambiarse de partido o fundar uno nuevo significa no sólo un cambio de creencias y forma de ver la realidad social sino que va mucho más allá. Abandonar un partido para refugiarse con los contrarios es visto por muchos políticos mexicanos como una oportunidad de hacer un lucrativo negocio, en el que se incluye toda su familia, pero también es ocasión para renacer, de lavar sus nombres y su pasado, obscuros y sucios por el ejercicio autoritario y patrimonialista de su paso por el poder público.
Y así, de repente, de la noche a la mañana, el ladrón, ex convicto por corrupción quiere erigirse ante el electorado como opción de gobierno transparente y honesto; el represor autoritario, persecutor de la oposición al gobierno en el que alguna vez sirvió, pretende ahora venderse como demócrata, amante de las libertades y garante de la justicia. Piensan que la sociedad debe creerles porque ya son de la oposición, ya no son de los malos, ahora están en el bando correcto. Es casi como una especie de conversión religiosa. Eran lo peor pero ya rectificaron, bueno, eso es lo que dicen ellos.
Es el extremo de la desfachatez y el cinismo de los políticos, que se reciclan en otros partidos, buscando renovar su imagen para seguir activos. Son las mismas gatas, nada más que revolcadas.
Los hay también, hombres y mujeres de la política que, ineptos, inútiles e improductivos en las oportunidades previas que tuvieron de gobernar, al amparo de nuevas siglas partidistas prometen que esta vez harán bien lo que no supieron hacer en su momento. Pero quien no entregó resultados ni mostró capacidad de gobierno la primera vez, difícilmente logrará hacerlo en la segunda, por más que lo abandere un partido opositor. Tremenda tontería de un partido que adopta a un tránsfuga incapaz sólo por cachar votos de sus adversarios más fuertes.
Peores aún son aquellos que tratan de justificar su incompetencia culpando a los demás de lo que no fueron capaces de hacer cuando gobernaron, pues no asumen su responsabilidad por haberle fallado a la sociedad y no entregarle los resultados que esperaban. Esos le harían un servicio a la política yéndose a su casa o a atender sus negocios logrados al amparo del poder, pues no tienen realmente qué ofrecer a sus conciudadanos.
La política exige altos niveles de compromiso y altos estándares de calidad para corresponder a las expectativas de una sociedad que demanda eficiencia, honestidad y resultados palpables. Sólo se prestigiará la política con la participación de personas que posean un auténtico interés de servir a los demás, no de servirse a sí mismos o de saciar un deseo enfermizo de venganza. Los tránsfugas políticos no tendrían muchas posibilidades de sobrevivencia si los partidos políticos hicieran efectivos sus principios y postulados primarios. El pragmatismo a ultranza y el oportunismo no ofrecen ninguna garantía de buenos gobiernos.
En Veracruz viviremos una jornada electoral el próximo 4 de julio de especial importancia para nuestras aspiraciones de un desarrollo sostenido en la entidad, un marco legal acorde a los retos actuales y una consolidación del despegue en el progreso de los 212 municipios.
La ciudadanía es muy inteligente y reconoce las propuestas honestas, sustentadas en los resultados y en la capacidad probada, dando la espalda a quienes intentan engañarla con simples cambios de rostro y apariencia, con discursos incendiarios y ofertas irrealizables de tránsfugas que lo único que buscan es volver al gobierno para satisfacer sus más obscuros e inconfesables apetitos. tavolara62@yahoo.com
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