En el municipio de Tehuipango, los adultos mayores rindieron tributo a los muertos. |
Ritual
prehispánico, que celebran indígenas de Zongolica
+A los nahuas de la sierra,
gente noble y trabajadora del campo.
Por Domingo Simón Ortega
Traductor: Manuel Orea
Méndez
Texhucan, Ver., octubre 31 de 2012.- En el propio
nidal, trastumbando Totolka, Apoxteca y Mixtla de Altamirano, en los mismos
estribos del fenómeno orográfico de México, se encuentra Tenexcalco, nombre
cordial que significa en idioma mexicano “Lugar de las casas blancas”.
En Tehuipango iniciaron las festividades de Todos los Santos y Fieles Difuntos. |
Es una comunidad que cuelga
de un ribaso de la cordillera; practicando una economía casi natural. Sus
escasos 250 habitantes viven en caseríos muy dispersos y en plena Sierra Madre
Oriental.
En vísperas de “Día de
Muertos”, por el recodo de una vereda hacia Tenexcalco, donde el aire hace
remolino, don Vicente Quiahua Tzopiyactle, me platicaba algunos cuentos que
fundamentan la tradición de realizar la Fiesta de Todosantos en todas las
casas, como eso de: “el hombre que no creía y que se untó lagañas de perro en
sus ojos parar mirar con asombro a las «ánimas» de sus familiares muertos, pero
que no vivió más para contarlo”, y otras cosas.
Junto al peñascal donde el
sol se astilla, el indígena aquél hizo alto total para mostrarme los sembradíos
de flores de sempoalxochitl, hojas de tepejilote y otras como “tzompiltektli”
(flor morada que despide un aroma fuerte) y el “teposistak” (fierro blanco) que
se ocupan para adornar los altares de Todosantos.
Don Vicente también me
señaló un montecillo de donde provienen los bejucos, las hojas de “axocopa” y
otros menesteres vegetales. El venía del cementerio, porque había que arreglar
los caminos y tumbas, desyerbar el área, como una labor previa a la que haría
en la casa y a eso le llamó “faena”. Limpiar patios y caminos vecinales.
Pegado a la roca, aclimatado
como los árboles de encino, viviendo como el maguey, sobre la epidermis de un
manto calcáreo, Vicente Quiahua, hace su vida entre el ritual y la
cotidianidad. El sostiene que las ánimas visitan la tierra una vez al año, son
familiares que están ausentes porque ya se reunieron con las divinidades. Me es
difícil trasladar las metáforas con que se refiere a los familiares muertos,
pero enfatiza el respeto que se debe tener y no hacerlos enojar durante su
estancia.
Al fondo del barranco está
la vivienda de Quiahua, dispuesta como está de oriente a poniente, ostenta una
cruz de madera adornada con flores amarillas de sempoalxochitl y combinadas con
hojas de tepejilote en cuya entrada, posee un arco florido que recibe a los
visitantes. Al fondo de la casita de una pieza, se aprecia un armazón de palos
de ilite, atados con bejucos y fibras de jonote de forma cuadrada en cuyo
frente se yergue otro semicircular, adornado similarmente a los demás
escenarios. Llama la atención como don Vicente arrimó los recursos para la
fiesta de Todosantos.
Gran variedad de frutas
(naranjas, plátanos, guayabas, chiromoyas, elotes, calabazas, camotes, cañas,
quelites, chaoyotes), hojas y yerbas, flores, objetos, productos del mercado y
artesanías.
Hay vegetales que se usan
sólo para adornar y otras como ofrendas comestibles. La comida parecía
exagerada desde el suelo hasta la repisa del altar, se formaba una especia de
escalinata que servía para sostener las tortillas; los tamales de maza, carne y
chile, tortillas calientes, moles con carne de guajolote o gallina de rancho,
café, cervezas, aguardiente, atole.
Pegado al borde del altar,
una mesa que sobresale adornada con papel china con cuatro únicos colores:
morado que significa respeto, blanco pureza y luto indígena, negro, sexo
masculino y azul, sexo femenino. Se destina uno de los espacios para colocar
las ceras amarillas, una veladora grande, copal de dos o tres clases y una
mezcla de tabaco molido, y mezclado con cal, aguardiente que se llama
“picletl”.
Sobre el suelo se coloca una
penca de maguey perforado, como si fuera un candelero rectangular. Además de
una gran cantidad de frutas ya enumeradas como especie de excedente. De todos
los extremos del altar, penden esferas de palma o chatanates, tenates, canastas
y costales, provistos de mecapales. Todo nuevo, todo limpio, todo pulcro y
digno de visitantes. Sin faltar “xochipayanal” o pétalos de flor de
sempoalxochitl.
En punto del medio día,
entre los peñascos, como un hongo, surgió una mujer. Venía fatigada, sobre su
frente caían madejas negras de cabello; sus pies endurecidos se montaban
alternativamente uno sobre otro, buscando descanso. La viajera se llamaba
Tolentina, no traía las manos vacías, jugueteaba unos cotones de lana y unas
fotografías de supuestos parientes muertos; que enseguida colocó en el altar.
Vicente salió a su encuentro, tuvo para ella palabras en nahuatl, para
enseguida tomar un sahumerio, copal, agua bendita y los pétalos de flor de
sempoalxochitl. Fueron a unos 8 metros del patio de la casa, ahí pronunciaron
una bienvenida y un rezo, esparcieron agua bendita y sahumaron, para después
retornarse haciendo un caminito de flores desintegradas, era el encuentro a los
“espíritus” visitantes.
A ella le pregunté sobre los
tipos de ánimas que se esperaban. Sin voltear a verme ni aparentemente
dirigirme la palabra me informó que los “moritos” sólo los niños no bautizados
o muy pequeños, que se convierten en rayos y truenos y llegan el 31 de octubre
de cada año.
El 1 de Noviembre se reciben
a los “Konemeh” o niños en general que murieron después de recibir bautizmo. La
máxima manifestación de la fiesta, se alcanza el 2 de Noviembre con la
recepción de “Wehwei” o adultos, además del ánima sola, que no cuenta con
familiares. Todos llegan a las doce del día con una estancia en casa de 12
horas. Pero las ofrendas se deben dejar por ocho días después de los días
centrales (31 de octubre, 1 y 2 de Noviembre), debido a que siguen llegando
ánimas diversas.
¿Cuándo van a quitar el altar?, pregunté
volviendo a don Vicente- ¡Hasta aquiocho días!. Me terminó diciendo en mal
español. Después supe que en ese lapso, se hacen visitas para intercambiar
ofrendas entre compadres y ahijados.