Después de estudiar acuciosamente la historia de Hitler,
desde los tiempos previos a la segunda guerra mundial, no es difícil deducir
que Hitler, sin la cercanía de Paul Joseph Goebbels, su poder y alcances hubieran
sido evidentemente menores.

Goebbels, de pequeña estatura, fue un talentoso para
persuadir a las masas, razón por la cual Hitler lo nombró Ministro de
Propaganda desde donde logró posicionar la imagen del fuhreren el ánimo del
pueblo Alemán.Usó mucho lo que hoy en día se conoce como el marketing social,
ensalzando muchos sentimientos de orgullo, promoviendo odios y en numerosas
ocasiones mintiendo y convenciendo a la gente de cosas muy alejadas de la
realidad.
A pesar de su notable fealdad, era un hombre que
irradiaba gran encanto personal.Era excepcional orador y tenía un coeficiente
mental extraordinario que le permitió explotar el arte de la propaganda con un
nivel de eficiencia increíble. En apenas un par de años logró hacer de la
figura de Hitler un mito ante los ojos del pueblo alemán. Es más, logró
elevarlo a nivel de divinidad.Durante la guerra transformaba las peores
derrotas militares en un aliciente moral para seguir peleando con más fuerza
contra el enemigo.
Albert Speer cuenta de él en sus Memorias que era el
principal proveedor de chistes y de maledicencias en las tertulias privadas de
Hitler en su refugio del Obersalzberg. El führer se reía con él a mandíbula
batiente hasta llorar. Por su manera de intrigar decían que tenía una lengua
viperina.
En las reuniones políticas, era el centro de la atención
por sus bromas y sentido del humor.Por su grandilocuencia supo conquistar el
corazón de las mujeres más lindas de Alemania. En su diario anotó los nombres
de más de treinta amantes.
Sabía como movilizar las masas, intoxicarlas y ponerlas
en acción. Además era un gran trabajador.
Un dato interesante es que Hitler nunca había sentido la
menor repulsión ni el menor entusiasmo por los judíos, pero un par de
conversaciones con Goebbels le convencieron de que había que odiarlos a muerte.
Siempre se mantuvo leal a Hitler y cuando la derrota
alemana ya era inevitable, se suicidó junto a su mujer y sus seis hijos en una
prueba del fanatismo en el que estaban inmersos los alemanes en esos años.
Goebbels manejó sus estrategias de propaganda en base a
11 principios, entre los que destaca el de la transposición. Consistía encargar
sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con
el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las
distraigan”.
Otro de los Principios es el de la vulgarización. “Toda
propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los
individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer,
más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de
las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad
para olvidar”.
“La propaganda debe limitarse a un número pequeño de
ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde
diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin
fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: «Si una mentira se
repite mil veces, acaba por convertirse en verdad».
Estaba convencido que se deben acallar las cuestiones
sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el
adversario.
Recomendaba emitir constantemente informaciones y
argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público
esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de
poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
Para él era importante el control de los medios de
comunicación, la prensa, la radio, la televisión.
¿Será por eso que más de un gobernante sueña con tener un
Goebbels a su lado?