Crónicas
urgentes
Por
los caminos de Veracruz
Claudia
Constantino
Antes de las diez de la mañana
estaciono sobre la carretera Xalapa-Perote, a la altura de la desviación a
Naolinco; aguardo el camión con rumbo a Misantla, bajo el pleno rayo de sol. Si
no tarda, llegaré a tiempo para la ceremonia del aniversario luctuoso de su
hijo predilecto: Alfonso Arrollo Flores.
Como lo dicta la tradición, hoy habrá una gran congregación magisterial,
encabezada por los herederos del feudo: los Callejas Arrollo. Mi amigo y colega
Miguel Molina, también destacado misanteco, me asegura que allá encontraré una
crónica digna de publicarse.
Luego de casi media hora se aproxima
el autobús, al que ya no le cabe un alma, pero suben como cinco. Rejega como
soy, y medio chocosa, no me subo, y enfilo decidida hasta el automóvil mientras
estructuro la convicción: “es temprano; el sol está a plomo. Manejo desde los
trece años y casi cumplo cincuenta. ¿Qué tan difícil puede ser conducir hasta
Misantla”.
Paso Naolinco y todo es felicidad: disfruto
la bella vista de los valles y barrancas, de los pueblos que desde el camino
parecen nacimiento mexicano o modelos de los cuadros del célebre paisajista
José María Velasco Gómez. Después de todo, la gente exagera con eso de que el
camino a Misantla es un gran panteón. Recuerdo aquel relato, un tanto
perturbador, de mi amiga Deyanira Ramírez:
“Tuve un sueño muy impresionante: transitaba
el camino a Misantla, de donde era mi padre, y tuvimos que bajarnos del auto
porque había ocurrido un accidente terrible, de esos que suceden a menudo en
esa carretera. Esta vez, un camión se había ido al precipicio y muchas personas
habían muerto. De pronto, de la nada, ví salir una figura familiar. Al
acercarse un poco más, lo reconocí: era él, mi papá, muy sonriente y feliz. Me
saludaba y, obviamente, yo le preguntaba: ¿Qué haces aquí papá? Y orgulloso me
contestaba: Ayudando a todos los muertos del camino a encontrar su destino. Ves
que aquí se han muerto tantos. Están muy confundidos, como perdidos; no saben
qué hacer y, a veces, ni saben que ya están muertos. Entonces los tranquilizo,
les explico y los ayudo. Esta es mi tarea, pero debería ser tarea de alguien
más arreglar este camino, porque ya no me doy abasto”, me cuenta Deyanira.
Para
entonces, las montañas comienzan a cerrarse a mi paso. Me encuentro es ese
punto en el que todo parece una prolongada pendiente. Bajas y bajas. Las curvas
que, desde el camino a Naolinco, a muchos les causan vértigo y náuseas, se
hacen más continuas y prolongadas. El sol comienza a perder fuerza, se nubla, o
es el efecto de luz de la neblina. En pocos minutos no alcanzo a ver ni la punta
del cofre de mi propio vehículo. Las manos me sudan. Pienso en detenerme,
porque no veo la raya central de la carretera, ni la de un lado, la del
acotamiento; no hay acotamiento. Reparo en que es una mala idea, porque no hay
donde estacionar y, si me detengo, seguramente quien venga por detrás no me
verá. Tengo miedo, mucho.
Pasan
pocos minutos, que me parecen eternos, antes de que un automóvil blanco me
rebase con gran maestría. Comprendo, en cosa de micro segundos, como suceden
los milagros, que es mi ángel salvador; hasta blanco es. No debo despegarme de
él. Seguramente conoce el camino; debe ser misanteco. Llegando, doy gracias mil
veces a mi guía involuntario, y al cielo por la providencial ayuda. Pero, en
efecto, han sido miles en la historia de este camino quienes no corrieron la
misma suerte que yo. y ahí han muerto.
Ayer
fue en Atoyac, donde tuvo lugar el sueño perturbador de mi amiga Deyanira: un
camión repleto de gente de bien se fue al precipicio en otro de estos caminos
de Veracruz. Dicen que en Camarón, Veracruz, cada habitante llora a alguien en
este momento. Más de veinticinco personas murieron y las anécdotas sobre su
vida, y cómo alcanzaron la muerte, ya son incontables.
El
Secretario de Infraestructura y Obras Públicas, Tomás Ruiz González, ha
reconocido el mal estado de las carreteras de Veracruz. Hoy, un contingente de
misantecos pide en Plaza Regina que ya arreglen su carretera. Por los caminos
de Veracruz muchos están llegando a la muerte.
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