Crónicas urgentes
Claudia
Constantino
No siempre las
comparaciones son odiosas, si de transitar la democracia se trata, es un
ejercicio útil compáranos con países más avanzados que el nuestro, con la
esperanza a caso de tomar ejemplo y lograr configurar nuestra mexicana
versión. Para la conformación de nuestro
propio modelo de sistema democrático es un terrible lastre la corrupción y la
tendencia evidente de entrarle a la trampa y al provecho personal; así como la
incapacidad de ocuparse del bien común.
Encuentro una sustancial diferencia
entre la capacidad de la sociedad española de involucrarse en política, de
ocuparse de asuntos públicos como una práctica cotidiana y hasta comprometerse
con su entorno inmediato para su mejoramiento y preservación. En España los
ciudadanos han entendido que son parte sustancial de las reformas que los
benefician a todos y por ello han pasado de los lamentos a la acción.
Así, vemos consejos de barrio muy
bien organizados, con copiosa participación social, con una agenda que se
cumple a cabalidad y en la que se perfeccionan los servicios sociales que de
este modo dejan de ser prebendas de la cúpula del poder para con sus ciudadanos
más vulnerables y se convierte en real y justa asistencia social que promuevan
el desarrollo de personas, familias y comunidades enteras.
El sistema clientelar de los
gobiernos mexicanos han evitado esta transparencia en el manejo de los programas
sociales y más aún han restado poder y representatividad real a los ciudadanos.
Ante esa posibilidad, las campañas políticas serían algo muy diferente a lo que
conocemos. Tendrían necesariamente que
ser resultado de un trabajo de convencimiento a la ciudadanía; un ejercicio a
de ingenio y propuestas que realmente aportaran a la transformación y
mejoramiento de distritos, municipios, estados, según fuese el caso.
En vez de esto, tenemos la práctica
extendida de controlar los recursos públicos encaminados a los programas
sociales, para que en su momento sean parte de la operación política que
inc,une la balanza a favor del candidato oficial, mayormente. Las reglas de
operación para tener acceso a los programas sociales cambian a voluntad, o
conveniencia de la cúpula del poder y nunca son ámalos ciudadanos quienes
deciden hacia dónde y porqué son aplicados los recursos que en vez de detonar
polos de desarrollo social, van arraigando la mentalidad paternalista de
comunidades completas que de otra manera tendrían alguna vocación productiva,
consiguiendo madurez e independencia.
Pareciera que al poder no le resulta deseable este escenario posible.
Así es que México sigue sumido en
una incipiente democracia, cuya principal característica es la simulación y el
control central de los recursos. Al no haber mayor participación ciudadana, la
rendición de cuentas es innecesaria, y
con maquillar cifras; amañar retóricamente el discurso; y jugar a “los
demócratas” nos hemos ido conformando.
La democracia en México es un ideal
lejano aún. La mayoría de edad de la
sociedad mexicana se ve lejana y entorpecida por los beneficiarios del actual
sistema político mexicano, llamado por el Nobel de literatura 2010, Mario
Vargas Llosa, “la dictadura perfecta”. Sin importar cuantas veces el
acomodaticio escritor se desdiga, su frase siempre nos servirá para nombrar lo
que vivimos en México.
Cualquier
comentario para esta columna que compara a:
Twitter:
@aerodita