Crónicas urgentes
Claudia Constantino
Acaso una de las profesiones más controvertidas que existen sea el
periodismo. Bien porque son muchas las profesiones que desembocan en esta labor,
por los extraños caminos que muchos de sus practicantes recorren antes de
volverse periodistas (RAE: “Persona profesionalmente dedicada en un periódico o
medio audiovisual a tareas de información o de creación de opinión”.), bien
porque la ética es un recurso indispensable para su ejercicio.
En México y en Veracruz, el ejercicio periodístico ha pasado muy malos
ratos en el pasado reciente. El manual de estilo ha sido cambiado por la
inmediatez. Se pondera subir a la red la noticia, antes que la estética o
correcta forma de las notas periodísticas, o incluso la veracidad de los
contenidos. Los atentados estéticos que se cometen a diario están plenamente
justificados por la exclusiva o la celeridad con que se da a conocer un hecho
que es noticia.
La relación con el poder, también pone en serios aprietos al periodismo
veracruzano. El poder económico que
ejercen los actores políticos tiene efectos directos en los contenidos de los
medios de comunicación. Y así, se volvió más importante el boletín de prensa que
el compromiso de informar.
Para los profesionales del periodismo es cada vez más complicado destacarse
por su búsqueda de la verdad o la exposición de temas de interés público. Los
reporteros muchas veces son censurados por sus propios medios a razón de “mantener
la línea editorial”. Hacer reportajes se
ha convertido en algo arcaico pues el gran público ya no lee artículos
extensos. Hoy se premia la capacidad de síntesis que ha devenido elipsis pura.
Son muy pocos los medios que conservan esa mística que premia la buena
crónica, la entrevista inteligente, el reportaje de fondo, la investigación
oportuna. Los premios de periodismo son más un asunto político que real
reconocimiento a una labor destacada. Pocos
son los periodistas que pueden vivir dignamente del pago de su trabajo. Los sueldos que ofrecen los medios de
comunicación están muy por debajo de otras profesiones. Los esfuerzos por
dignificar la profesión son vanos, aislados e insuficientes.
Y por si fuera poco, lo que muestra este escenario, los vicios en la
relación entre el periodismo y el círculo del poder, ha enfrentado al gremio
como nunca. Aquel código elevado al nivel de fraternidad de “perro no come
perro” cayó en desuso. Hoy los periodistas se atacan públicamente, se
descalifican, se insultan, al más puro estilo de los políticos, sin mejores
argumentos que el denuesto.
Otra cosa le hubiese aprendido el gremio periodístico a la clase política
que tanto los manosea: inteligencia y unidad, por ejemplo. Pero tampoco sorprende
que en este diarismo mágico en el que se desempeña la labor periodística, donde
cada día todo puede suceder, donde se puede acabar narrando lo más extraño e
inimaginable; los periodistas sucumban a la pasión desbordada, a las
manifestaciones más profusas de pasión y hasta frustración. A menudo, lo que
hay para contarle al gran público no es grato.
Ya lo decía Gabriel García Márquez cuando lo señalaban como periodista: “es
el mejor oficio del mundo”, y advertía “aunque se sufra como perro”. Y por eso debe de ser que tantos quieran
ejercerlo, otros defenderlo y, los menos, dignificarlo. Muchos son los trabajos que pasan estos
últimos para lograrlo, vaya para ellos reconocimiento y aplausos.
El gran público, los lectores, siempre sabrán reconocer a un buen
periodista cuando lo leen, lo escuchan o lo ven por algún medio electrónico.
Ese es y seguirá siendo el único hilo conductor que engarce a hombres y mujeres
dispuestos a rescatar ese buen periodismo que siempre ha existido y que se abre
paso en medio de la dificultad y la vocación corruptora del poder y los
intereses.
En el día de la libertad de expresión, sirva para algo decir que los
lectores siguen ahí y que los más inteligentes siguen ávidos de buenas
historias, de crónicas diferentes, de noticias que bordeen el boletín, de
investigaciones que develen verdades necesarias. Larga vida al buen periodismo
y que en su transformación nunca pierda su esencia: “iluminar la realidad; a la
verdad”, como dice Carl Bernstein, el veterano periodista estadounidense que
develó al lado de Bob Woodward el escándalo Watergate.
Cualquier comentario para esta columna que reconoce a los buenos
periodistas a:
Twitter: @aerodita