LOS COLORES DE MEXICO
Ángel Lara Platas
Mientras doña Pina y el Peje se
disputan el segundo lugar en la sin igual competencia, cuya meta final se
encuentra entre primero de julio y Constituyentes -casualmente a la altura de
Los Pinos-; vamos a hacernos a un lado en tanto pasan los corredores para
evitar la intensa lluvia de proyectiles orales en todas direcciones.
En esta ocasión resultaría oportuno recordar el arte pictórico en México, a
partir de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, época en la que para
varias naciones fue marcada como el parte aguas en los temas sociales,
políticos y culturales.
La Revolución Mexicana se acercaba a su cuarta década y daba signos claros
de madurez en diferentes ámbitos. En lo político, el dirigente con amplia
experiencia militar pasaba a un segundo plano y dejaba su lugar al político
formado en la universidad.
En lo económico, la idea de un país agrario quedaba atrás para propiciar un
crecimiento económico industrial que permitiera el desarrollo de la nación. En
lo ideológico, México se incluía en la línea de la Guerra Fría proclamada por
el presidente estadounidense Truman, quien pugnaba por una posición claramente
anticomunista y procapitalista frente al bloque socialista.
Y la madurez en lo artístico fue muy clara: se había dado una ruptura con
la tradición anterior y, por primera vez, el arte mexicano manifestaba signos
de autonomía e independencia ideológica y estilística. Establecía vínculos con
el arte europeo y se dejaba influir por él, pero no apabullar.
Los tres grandes protagonistas del muralismo mexicano, José Clemente
Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, no formaron una escuela ni
cultivaron discípulos; las generaciones posteriores aprendieron de ellos
“directamente en los andamios”.
Al suscitarse
el renacimiento de la pintura mural en 1922 con patrocinio estatal, José
Clemente Orozco se reserva las paredes del patio grande de la Escuela Nacional
Preparatoria, antiguo colegio jesuita de San Ildefonso. Interrumpió estas obras
en 1925 para pintar Omnisciencia,
un mural en la Casa de los Azulejos; y en 1926, para realizar otro en la
Escuela Industrial de Orizaba, Veracruz.
En Nueva York
pinta una serie de cuadros y murales que muestran el carácter deshumanizado y
mecanicista de la gran metrópoli.
De regreso a
México, en 1934 realizó un gran tablero para el Palacio de Bellas Artes conocido
como La katharsis.
En 1936, en Guadalajara pintó los muros del foro del paraninfo de la
Universidad, la escalera del Palacio de Gobierno y la capilla del Hospicio
Cabañas.
De Orosco
también son los frescos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
En 1947, el arquitecto
Mario Pani le ofreció la primera oportunidad para realizar una obra al exterior
en el recién terminado edificio de la Escuela Nacional de Maestros. En el vestíbulo
del propio edificio, Orozco pintó al fresco unos tableros que denominó El pueblo se acerca a las puertas de
la escuela.
En 1948 hizo
para la sala de la Reforma del Museo Nacional de Historia, en el Castillo de
Chapultepec, el tablero Juárez redivivo.
Diego Rivera, cuando fue director de la Escuela de Artes Plásticas, cambió
el plan de estudios y convirtió la escuela en un taller colectivo que permitía
al alumno crear en libertad, sin sujeción a mínimos ni máximos de tiempo. Creía
que la duración del proceso de aprendizaje dependía de un factor imponderable:
el don, talento o genio.
Con esa idea renovadora, Rivera proporcionó las condiciones necesarias para
que surgiera una nueva generación, capaz de superar lo alcanzado por los
muralistas. Apoyaron ese nuevo programa arquitectos y pintores como José
Villagrán, Carlos Alvarado Lang y Jorge González Camarena.
David Alfaro Siqueiros, grande del muralismo y del comunismo mexicanos, fue
un activista –para algunos fue un agitador- sindical y político. Participó en
la Revolución en las filas del ejército Constitucionalista; su defensa de la
democracia lo llevó a las trincheras de la República Española, donde fue
distinguido con el grado de coronel.
Por su actividad subversiva y algunos actos antisociales, Siqueiros estuvo
varias veces en la cárcel y sufrió varios destierros, sin menoscabo de la
producción pictórica ni del amor por el país. En 1970, Siqueiros inició
vigorosamente su monumental Poliforum, una
grandiosa obra en la cual combina su estilo de muralismo mexicano con métodos y
técnicas súper modernas.
El arte pictórico también ejerció cierta influencia en la arquitectura cuando
a mediados de siglo, México se hallaba inmerso en pleno “desarrollismo”.
Mario Pani, Manuel Ortiz Monasterio, Juan Sordo Madaleno, Juan Legorreta y O’Gorman,
se encargaron de dotar a la arquitectura de una nueva fisonomía, adecuada al
México moderno. Estos arquitectos integraron las construcciones a un sentido
cosmopolita.
De ellos surge la idea de las unidades habitacionales y los
multifamiliares.
A mediados del pasado siglo, O’Gorman diseña la Biblioteca de Ciudad
Universitaria y la Torre Latinoamericana. De ahí a la fecha, México ofrece al
mundo modernas construcciones con lo más adelantado en las tecnologías.
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