Por: José
Miguel Cobián
Estoy seguro que muy pocos estarán de
acuerdo conmigo en que el problema de México somos los mexicanos. Lamentablemente creo que tengo razón. No
podemos echarle la culpa al otro. La culpa es nuestra. De cada uno de nosotros.
Además de coincidir en que la corrupción somos todos (Jolopo dixit), debo
insistir en que a los mexicanos les pasó lo mismo que a los Iraquíes o a los
libios cuando obtuvieron la libertad. No supieron que hacer con ella.
Recuerdo con toda claridad cuando Bush
inició la primera guerra del golfo, un ex soldado sirio me comentó que el peor
error del mundo que podía cometer Estados Unidos era eliminar a Sadam Hussein e
instaurar un sistema democrático en Iraq.
El mismo comentario vino a cuenta cuando asesinaron a Muhamad el Kadafi
en Libia.
Decía este joven héroe de guerra, que hay
pueblos que requieren mano dura para ser gobernados. Me explicaba que cuando Sadam Hussein hablaba
de la madre de todas las guerras, no hablaba de la guerra convencional en la
cual estaba seguro de ser vencido, sobre todo en la segunda, cuando lo acusaron
de tener armas de destrucción masiva.
Sadam sabía que la verdadera guerra iniciaría cuando los americanos
hubieran tomado el control de Iraq. Y
estaba seguro de que saldrían derrotados, como salieron derrotados de
Afganistan americanos y rusos. Hay
pueblos que sólo una mano dura puede controlar. Y cuando esa dureza afloja,
inmediatamente surgen poderes locales, intereses de grupos, violencia de sectores
específicos de la población que convierten al país en ingobernable.
La simulación de democracia que hoy
padecemos vino impuestas desde Estados Unidos, con el fin de demostrar al mundo
que su sistema de gobierno es el mejor, y que sus vecinos y socios comerciales
también son tan democráticos como ellos.
Hasta el gobierno de Salinas de Gortari, había un elevado nivel de
autoritarismo en México, que Peña con poco éxito intenta recuperar. Pero llega Zedillo al poder, un intelectual
que cree en la utopía de la democracia, y decide aflojar las tuercas del poder
político, en una búsqueda de alternancia que convenía al PRI, y que se venía
gestando desde tiempos de Miguel de la Madrid Hurtado. Así llega Fox al poder, sin tener idea de
cómo gobernar, pero apoyado por el propio PRI para simular la alternancia. Sin embargo, nada cambia, salvo que ahora
los panistas son los principales rateros del país, generando delitos de cuello
blanco a diestra y siniestra. Dejando
el control de la seguridad en manos de improvisados, que no tenían idea de cómo
se movían los hilos para mantener todo bajo control. De hecho, en declaraciones privadas del
propio Felipe Calderón, es a Fox a quien culpa del desmadre generado por las
bandas de narcotraficantes a lo largo y ancho del país, comentado (y cito textual)
¨a los perros rabiosos no los puedes dejar sueltos y eso es lo que hizo
Fox¨ dejando claro que se desentendió de
controlar y limitar a las bandas mas peligrosas, permitiendo su florecimiento y
crecimiento exponencial durante su sexenio.
Sin embargo esto quizá hubiera sucedido de todas formas, pues la llegada
de la democracia, y la vigilancia internacional impedían a un gobierno
incompetente e ineficiente como lo ha sido siempre el gobierno mexicano a
abusar de la población con el fin de controlar mediante la violencia soterrada
del estado, a la naciente violencia de las bandas de narcotraficantes.
Posteriormente llega Calderón al poder, y
continúa la racha de corrupción en todos los niveles. Al grado de que incluso a
una parte del ejército se le acusa de estar coludida con el crimen
organizado. Ya ni se diga el resto de
las corporaciones federales de seguridad. El Cisen que en el sexenio de Fox fue
usado para vigilar a los enemigos políticos en lugar de cuidar la seguridad
nacional, se convierte en arma de juguete en manos de uno de los consentidos
del régimen del primer panista puro. Así
vemos llegar a los más altos puestos a improvisados que no tienen idea de cómo
hacer las cosas. Convirtiendo al
gobierno del PAN en una caricatura del reparto del botín que siempre había
realizado el PRI. Calderón además comete
un grave error, inicia la guerra al crimen organizado con una urgencia
explicable por su necesidad de legitimar su gobierno ante el presunto robo en las urnas de la elección a López
Obrador. Así inicia una espiral que hoy
todavía no termina. A partir de su
decisión se desataron las matanzas, secuestros, extorsiones y demás actos de
violencia en todo el país. Dicen los
cercanos a órganos de seguridad que ni el ejército ni la marina estaban
dispuestos a iniciar la guerra en la fecha propuesta por Calderón. Ambas ramas de las armas de México no se
sentían preparados ni con personal humano suficiente, ni con la inteligencia
adecuada, ni con la logística que una guerra de estas características requería.
Sin embargo, el comandante en jefe dio la orden de ir a la guerra sin estar
preparados, y ambas instituciones cumplieron con su deber. Lamentablemente en ese mismo sexenio la
policía federal comenzó a recibir en sus mandos medios y superiores a jóvenes
panistas recomendados, que nada tenían que hacer en la corporación, con lo cual
se desmanteló una cadena de mando y de escalafón que cuando menos conocía lo
que sucedía en el crimen en el área que a ellos correspondía. No había reunión de federales en la que no
se quejaran de los idiotas que Calderón había colocado en puestos de
mando. Y así, el número de muertos y la
sangre derramada crecía y crecía.
Recordemos que Michoacán es el estado
preferido por la familia Calderón. Allí el gobierno inició la arremetida contra
el crimen organizado y a la fecha todavía no se gana esa batalla. Allí también se acusó sin fundamento a varios
alcaldes perredistas de estar coludidos con el narco, sin que se pudiera probar
en tribunales. Saliendo libres todos los acusados por el gobierno, en un
ridículo sólo comparable con la construcción de la estela de Luz, que se
inauguró después de la fecha de la celebración para la cual fue
construida. Esa guerra le costó a todo
México e incluso al presidente que con un misil tierra aire destruyeran arriba
del bosque de Chapultepec la aeronave donde viajaba el secretario de gobierno y
mejor amigo del presidente.
Llega Peña al poder, con la esperanza de
que sabría como componer la situación de seguridad en el país, y a lo largo de
la mitad de su sexenio, ha demostrado que no hay avances con la velocidad que
la propia situación requiere. Hay
pequeños logros, pues ya se ha vivido el período de aprendizaje, y se han
generado opciones de solución que si bien no son lo mejor, han servido para
quitar territorios del país del control del crimen organizado. Aún así, con escasos avances en seguridad,
pero con retrocesos en la economía, seguimos disfrutando de una libertad que no
sabemos aprovechar. Mientras tanto, la
ciudadanía sigue con el mismo comportamiento de siempre. Desinteresada de la
cosa pública, salvo cuando le matan o secuestran un familiar, o cuando ya no le
alcanza el dinero para comer. Mientras tanto, el desorden reina, y cada quien
busca resolver sus propios problemas sin entender que de esta la única solución
es salir todos juntos. El problema es
que nadie quiere ceder ni un ápice de sus ventajas en bien del país. Así, los políticos siguen usufructuando los
recursos públicos como si fueran propios, los ciudadanos siguen realizando
cuanto acto ilegal pueden, y nadie exige transparencia y rendición de cuentas.
Nadie exige que la procuración y administración de justica se realicen con
estricto apego a la ley. Muy pocos señalan a jueces y ministerios públicos
corruptos y muchos menos exigen mayor presupuesto y preparación para esos
mismos jueces y ministerios públicos. A
pesar de que sabemos que sin dinero no hay posibilidad de realizar el servicio
público.
Recientemente un abogado me comentaba que
es una bendición que en México sólo se denuncie el 2% de los delitos, pues si
se denunciaran todos, el estado no tiene capacidad, ni para recibir las
denuncias. Cabe aclarar que ya sabemos que tampoco tiene capacidad para
resolver el 2% que se denuncia. Así,
vivimos de manera permanente en una sociedad que disfruta y aplaude la
corrupción e impunidad. Y si acaso,
crítica en redes sociales pero siempre pensando que los que tienen que mejorar
son los ¨otros¨, sin percibir que cada uno de nosotros es el ¨otro¨ de los
demás, y que los demás también perciben la corrupción que cada uno de nosotros
vive al realizar actos ilegales (es decir fuera de la ley) que nos
benefician. Por eso, porque nadie o
casi nadie combate en realidad (en su mente y en la ficción de sus historias
si), nadie combate –decía- la corrupción, la impunidad, la ilegalidad, la
tranza, el cochupo y en general cualquier violación de la ley.
Por eso, cuando alguien me pregunta que
nos pasó, siempre le contesto: ¨Nos pasó nuestra mexicanidad¨. Es decir, nos pasó que somos mexicanos,
actuamos como mexicanos, dejamos hacer y dejamos actuar como mexicanos, y cada
vez que un mexicano tiene la oportunidad de hacer algo incorrecto que lo beneficie,
muy pocos son los mexicanos que evitan hacerlo.