Crónicas urgentes
Claudia Constantino
Vaya esta columna a manera de reconocimiento post
mortem para Don Juan Simbrón Méndez, a un año de su partida y ante el olvido en
que lo han enterrado, a falta de presupuesto y justicia.
“Cuando
era niño nunca quise ser otra cosa que volador: subir al palo y con el permiso
del Dios sol y los cuatro puntos cardinales, lanzarme en vuelo”, me contó Juan
Simbrón un día hace cinco años.
“Pero
mi nana (mamá) me lo prohibió bien pronto. Cuidadito y te veo que subes al palo
volador, me decía. En el suelo lo que quieras: bailar, cuidar el palo o las
cosas de los voladores y el caporal; nada de subirse. No ves que si te vienes
abajo te mueres rápido”, continuó platicándome Don Juan.
“Así
que me hice bailarín y tocaba el violín bonito y cantaba como los mismísimos
pájaros”, me presume.
Más
de noventa años después de esas andanzas, Juan Simbrón contaba sus sueños
frustrados de la infancia y las muchas hazañas que sí consiguió vivir, luchando
desde joven por ayudar a su pueblo a salir de la marginación y el atraso.
El
pasado jueves al mediodía llegué a la casa del llamado Tata Juan, mientras
llovía. El frío amenaza con no dejarlo curarse del todo de la pulmonía que
recién ha padecido.
Ya
no quiere que los médicos que le manda el gobierno lo revisen; tampoco quiere
tomarse el medicamento que lo hará sanar.
Llama
a Francisco, su nieto consentido, quien ha sido como un hijo porque lo crió
desde muy pequeño. Le pide todo lo que necesita, que ya es muy poco.
Ha
dicho que pase; el aviso me sorprende y entro a verlo. Nos conocimos y
trabajamos juntos en un proyecto. Me da instrucciones, termina pendientes; todo
tiene que ver con su pueblo.
Se
despide y es para siempre. Me confía que falta tanto por hacer; que se quedó
corto; que lo que hizo no alcanza; que su gente necesita mucho más para
sobrevivir.
Ha
elegido cuándo y dónde morir. Es la primera persona que conozco que le ha
abierto la puerta a la muerte y la ha invitado a pasar. La muerte para nada lo
ha sorprendido esta mañana. Se eleva tranquila, pacíficamente, del mismo modo
como fue su lucha en favor del pueblo totonaco durante toda su vida adulta.
Juan
Simbrón nunca fue volador de Papantla por cumplir la voluntad de su madre que
tuvo miedo a perderlo de ese modo. Suplió sus ganas de volar convirtiéndose en
un personaje de la política local, estatal, nacional y hasta internacional. Es
el totonaco que ha volado más alto en aras de ganar un sitio en este mundo para
su pueblo.
Hoy
el totonacapan está de luto, y a lo largo y ancho de su territorio, los hijos
del trueno esperan ver el último vuelo de su “paloma blanca”. Su legado queda.
Sus enseñanzas y su luz.
Cualquier
comentario para esta columna que vive el duelo también a:
Twitter:
@AERODITA