Crónicas
urgentes
Claudia
Constantino
Al entrevistar a Salomón Bazbaz
Lapidus, director de La Cumbre Tajín, confirmo mucho de lo que ya se sabía: que
a lo largo de dieciséis años de trabajo, el Modelo Tajín ha establecido hitos
históricos en la preservación y el florecimiento del patrimonio totonaca, como
el posicionamiento mundial del diálogo de identidades con el Festival Cumbre
Tajín; la inclusión de la Ceremonia Ritual de Voladores en la lista de Patrimonio
Cultural Inmaterial de la Humanidad, de la UNESCO, y el reconocimiento del
Centro de las Artes Indígenas como parte de la Lista Mundial de Mejores
Prácticas de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial; así como la
puesta en valor de la zona arqueológica de El Tajín como Ciudad Sagrada, que
desde 1992 es integrante de la lista de Patrimonio Mundial.
Esas son las buenas noticias; todo lo que sí se ha hecho;
lo que se ha hecho bien. Los resultados en lo artístico también son importantes
y vastos. Sin embrago, ya es tiempo de seguir con lo que hace falta, y para
ello es indispensable que La Cumbre ya no dependa del Gobierno del Estado de
Veracruz ni de las ocurrencias del gobernante en turno.
Hoy, La Cumbre funciona gracias a un fideicomiso y las
aportaciones del Gobierno del Estado, cuyo máximo avance fue la inclusión de
los maestros del Centro de las Artes Indígenas en la nómina del Sistema DIF
estatal, lo que implica que quienes pasan el conocimiento ancestral a las
nuevas generaciones reciban un pago.
En la edición 2016 de La Cumbre Tajín, que estuvo a punto
de ser cancelada por falta de recursos, se hace evidente la urgencia de que
este proyecto intercultural exitoso tenga alas propias y lo dejen volar por sí
mismo, sin que obedezca a fines políticos ni sufra los embates de crisis
financieras estatales, como la de la actual administración, que la ha reducido
este año a su mínima expresión.
Cabe hacer aquí una aclaración: lo más atractivo de La
Cumbre Tajín no son los artistas internacionales que puedan poner en su
cartelera. Ese sólo es el anzuelo; lo verdaderamente valioso es toda la
tradición y vasta cultura de los totonacos. Sin embargo, este año no hubo para
comprar la carnada.
A manera de ejemplo: un visitante que había viajado desde
lejos y adquirido con mucha antelación su boleto para ver a su artista
preferido en el mundo, llegó muy tarde al concierto porque prefirió concluir un
temazcal tradicional y vivir la experiencia de la espiritualidad con los ojos
limpios de los totonacos. Esa es la magia que atrapa a tantos, que los envuelve
y cautiva, al punto de querer volver, año tras año.
La Cumbre Tajín no es como ninguno de los festivales
musicales famosos del mundo, es mucho más. Y por ello es el momento de
consolidar lo logrado y dar certeza a la continuidad indispensable mediante el
Plan Maestro Tajín, un sistema orgánico, inclusivo, permanente y sustentable
para capitalizar, extender y multiplicar los beneficios del arte, la cultura y
el turismo hacia los portadores, los patrimonios y las identidades.
Este
Plan Maestro Tajín nacería del consenso
entre el pueblo totonaca y sus autoridades tradicionales; los tres niveles de
gobierno; las instituciones estatales, nacionales e internacionales; los
investigadores, gestores y productores; la iniciativa privada; las
instituciones educativas; las fundaciones, y todas las instancias vinculadas
con la cultura, el turismo y la identidad.
Gracias
a esto, veríamos más beneficios directos en materia de infraestructura en las
comunidades aledañas, mejores vías de acceso. Su autonomía garantizaría la
continuidad y la calidad de este esfuerzo que ha rendido los primeros frutos,
que tiene un gran potencial, pero que requiere ponerse a salvo de la visión
caprichosa y a menudo obtusa del gobernante en turno. La Cumbre Tajín no debe
seguir estando a cargo del Gobierno del Estado; esa fórmula ya la conocemos y,
llegados a este punto, no es más el camino a seguir.
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