SU RELACIÓN Y CONTRIBUCIÓN A LA
IDENTIDAD NACIONAL
Maestra
Ana Celia Montes Vázquez
El ser mexicano o sentirse como tal va mucho más allá
de comer pozole cada 15 de septiembre y ponerse un sombrero de charro cantando
junto al mariachi. Es toda una serie de comportamientos e imágenes, por lo que
se debe tener muy en cuenta lo que el arte ha aportado a la identidad nacional posicionando
el concepto de México y lo mexicano al exterior, pero también lo interno al
reforzar la idea de una patria mexicana común desde Tijuana hasta Chetumal,
concepto que viene gestándose desde el siglo XIX. Y todavía más, que todo esto
ha sido un esfuerzo de parte del Estado mexicano por unificar ideologías
contrarias y regionalismos a través de elementos comunes tales como la comida,
el paisaje, la música, las costumbres, la indumentaria y, por supuesto, las
imágenes.
Ahora bien, el concepto de
identidad puede ser tan amplio que, incluso, abarque aspectos psiquiátricos y para
efectos prácticos se utilizan objetos y entornos para expresar la idea que
tenemos de nuestra identidad, aunque va mucho más allá de la expresión de quiénes
somos. En el caso de nuestro país, desde el siglo XIX se plantearon con fuerza
intentos por constituir un ideal de lo mexicano a partir de la visión idílica
de la patria, como parte de la corriente denominada Romanticismo, la cual exalta
los valores de amor, heroísmo, nobleza, abnegación y patriotismo como una forma
de homogeneizar un país, México, el cual siempre ha estado dividido desde la
época precolombina en regionalismos y grupos con variados intereses políticos,
económicos y hasta morales.
Y aunque habrá quienes se
resistan a creerlo, pero el cine mexicano ha sido una fuente inagotable de imágenes
y estilos en donde la conformación de la industria cinematográfica nacional
reflejó ese intento en dos cuestiones fundamentales: La primera, en nombrar a
las recién generadas productoras fílmicas con apelativos que denotaran algo
nacional; y la segunda, la construcción de personajes, escenarios y situaciones
que reflejaran todo lo mexicano de manera reiterativa e idealizada como lo
mejor, hasta el grado de caer en chauvinismos (comida, vestuario, música,
canciones, forma de hablar, escenarios, adornos y hasta bebidas alcohólicas).
Indigenismo cosmopolita, comedia ranchera y el cine social y urbano reflejaron
la visión idílica de los indígenas mexicanos con los rostros impecables de
María Félix, Pedro Armendáriz y Dolores del Río, de Jorge Negrete –el Charro Cantor por excelencia— y de
Germán Valdés Tin Tán y David Silva
con su forma de vestir y de hablar, típicas ambas de los barrios populares de
los años 40 y 50. En otras palabras, todo es tan mexicano que el charro busca a
su novia, quien lo recibe en el balcón a la medianoche vestida de china poblana
con todo y el escudo nacional en su falda de lentejuelas, y le da serenata con
el mariachi y bebe tequila sin bajarse del caballo (¿alguna semejanza con la
conmemoración de El Grito de Independencia?). Todo muy mexicano y muy macho,
¿¡eh!?
Queda claro que había una
necesidad por la búsqueda de un común denominador que uniera a los mexicanos
alrededor de algo mexicano, valga la redundancia, y qué mejor que la historia,
esa memoria colectiva surgida de la cotidianidad, pero también de la tradición,
por lo que en 1835 aparece la primera obra sobre historia antigua de Carlos
María Bustamante, historiador mexicano decimonónico, quien buscaba de esta
manera dar a conocer parte del devenir histórico nacional con la idílica visión
de patria común. A través de sus libros, Bustamante acuñó imágenes de nuestros
héroes e inventó casi todos los mitos y anécdotas de la guerra de
Independencia, que más tarde fueron repetidos en los libros de texto. Y fue la
historia prehispánica su fuente de inagotable orgullo.
Pero, ¿cuándo o cómo es que el
Diseño Gráfico como una forma del arte se incorpora como, primero apoyo visual,
y después como clave para desarrollar y afianzar esa identidad mexicana? La
investigadora Julieta Ortiz Gaitán responde que es en los fundamentos de la
publicidad en nuestro país (finales siglo XIX) y después con el diseño de
escaparates (principios del siglo XX) cuando en los primeros anuncios comerciales
existe la intención de presentar soluciones formales atractivas, novedosas y
actuales, cuyo impacto visual configure ya el inicio del diseño gráfico
publicitario. Este dato ilustra esa necesidad de configurar una disciplina en
forma para la producción de imágenes que respondiera a los requerimientos de
una época, la Porfirista, por conformar una personalidad propia que había ya
incorporado elementos galos con el Art
Decó y el Art Nouveau en su vida
diaria (arquitectura, moda, costumbres y comida).
Con esta tendencia nacionalista
perdurable después de la violencia de la Revolución Mexicana como un objetivo
ideológico, se creó la Secretaría de Educación Pública (SEP), de la que fue su
primer titular José Vasconcelos Calderón siendo presidente Álvaro Obregón (28
de septiembre de 1921), y llevó a cabo en una campaña masiva de alfabetización
con varias acciones entre las cuales están la publicación de libros con temas
de literatura universal al alcance de las mayorías; la popularización de la
cultura acercándola a los grupos marginales, y fomentó la obra de pintores que
habrían de efectuar grandes murales, con el visto bueno del gobierno, en los
edificios oficiales –empezando por la sede de la propia SEP— que marcaron una
época en la historia del arte mexicano, cuya principal característica fue la de
retomar las imágenes consideradas como muy mexicanas (personajes, colores,
escenas de la historia patria, etcétera) para plasmarlas en lugares al alcance
de cualquier espectador, también como una forma de democratizar el arte y el
conocimiento. Asimismo, impulsó la creación de tres departamentos: Escolar, de
Bibliotecas y de Bellas Artes. Monumental esfuerzo que de igual forma implicó
el dar a conocer aspectos de la historia nacional y, sobre todo, reflejarla por
medio del arte.
Por su parte, el presidente
Lázaro Cárdenas promovió el muralismo como una forma de impulsar a la clase
trabajadora teniendo a Diego Rivera como el muralista de temas obreros con
formación ideológica y política, exaltando actividades agrarias e industriales,
también al maestro rural y su labor, con base en una visión de lo mexicano con
elementos de la naturaleza y productos de nuestro país, en tanto José Clemente
Orozco retrató el costo humano de la historia de manera desgarradora, y en
Siqueiros la pintura es una enérgica síntesis de sentimiento e ideología.
Para ilustrar este aspecto, cabe citar a Castrux. Caricaturista por más de 40
años en el periódico Ovaciones,
acuarelista, pintor al óleo del Popocatépetl y del Cerro de La India de su
natal Coahuila, y también muralista, pues elaboró un mural en la casa de
Cantinflas a la salida a Toluca con el tema del desierto del norte y Coahuila.
Egresado de La Esmeralda, escuela de Bellas Artes, a la que asistió cuando se
ubicaba todavía atrás de la iglesia de San Hipólito en el Centro, Jesús
Castruita Marín fue ayudante entre 1948 y 1954 del pintor José Clemente Orozco
cuando plasmó un mural de 300 metros cuadrados en la Benemérita Escuela
Nacional de Maestros, Alegoría Nacional,
por encomienda de la SEP, por lo que aprendió el temple a base de tierra con
agua, cal y cemento. Recuerda de su maestro José Clemente Orozco que, además de
tener muy mal genio, aprendió la técnica del muralismo que requiere mucha
dedicación: “A Orozco le gustaba mucho el tema de lo mexicano, por eso hacía
unos cuerpos grandes y hasta toscos, al contrario de Diego Rivera que era más
detallista. El maestro Orozco le gustaba más pintar un mural porque lo
consideraba más permanente, eterno y aguantador frente a los cambios del clima,
además de que está a la vista de todos siempre, incluso desde lejos; detalle
que le gustaba mucho por estar de acuerdo con la política de entonces, que era
la de llevar el arte a la mayoría de la población en amplios espacios”.
Por ello, la historia nacional
de un pueblo es, además de su memoria, su identidad y elemento de cohesión. Así
pues, la forma en que se le trate servirá para justificar la permanencia de un
determinado grupo en el poder. Es decir, en tanto más se identifiquen los
avances sociales, políticos y económicos con el régimen su legitimidad ante la
población estará garantizada, máxime cuando se auxilia de imágenes con las que
a diario se convive y refiriéndose a la historia oficial en forma de
narraciones para la enseñanza de la historia nacional con un principio,
desarrollo, fin y enseñanza moral, y para ello basta con contemplar el logotipo
del actual gobierno mexicano con las figuras de Benito Juárez, Lázaro Cárdenas
y Francisco I. Madero.
Y resulta todavía muy atractiva,
actual y funcional la fórmula historia-identidad-imagen. Tanto así, que en los
primeros días del mes de mayo de 2016 fue inaugurada la exposición El arte de la indumentaria y la moda en
México: 1940-2015, la cual, además de exhibir prendas de vestir y
accesorios de diseñadores exclusivos y reconocidos en el Centro Cultural
Banamex-Palacio de Iturbide (Ciudad de México), destaca el origen indígena de
ellos y enfatiza los bocetos, documentos, fotografías y pinturas que del mismo
modo se muestran de la autoría de Diego Rivera, María Izquierdo y Juan Soriano,
entre otros artistas plásticos, lo cual también habla de una apropiación de las
expresiones populares y artísticas, incluso revolucionarias, por parte del
grupo hegemónico político y económico como signos de estatus a partir de
remarcar lo autóctono y la construcción de lo mexicano. La identidad nacional,
pues, ha sido motivo de atención de la cúpula en el poder desde los albores del
siglo pasado.
Sin embargo, algo que ha
caracterizado la producción artística de nuestro país ha sido la
institucionalización de las artes con base en el lineamiento oficial de planes
y programas de estudio en forma para su profesionalización con el claro fin de
reforzar una identidad nacional pictórica. Y también resulta y sucede que esos
organismos son producto de una identidad nacional que se manifestaba en varias
acciones cotidianas, entre ellas el arte.
Tal es el caso de la Academia
de San Carlos, establecida por Jerónimo Antonio Gil, director de grabado de la Casa de
Moneda para formar artistas con los conocimientos y recursos indispensables que
los volvieran capaces de desarrollar su oficio. Hoy sabemos que la
Academia de San Carlos resguarda varios acervos artísticos en varias sedes,
siendo la más importante el Museo Nacional de San Carlos (Ciudad de México).
En cuanto a lo que la Academia de
San Carlos ha aportado a la conformación de la identidad nacional y al Diseño
Gráfico, Guadalupe Rosas, grabadora, ilustradora, caricaturista y terapista que
utiliza el arte como una forma de terapia ocupacional y relajante, egresada de
la Escuela Nacional de Artes Plásticas hoy FAP (Facultad de Artes Plásticas),
declara: “Históricamente, San Carlos es la academia más antigua de
Latinoamérica en la que se han formado extranjeros con maestros con
conocimiento de las materias; en la actualidad es una institución educativa
bien identificada con la formación de artistas. Surgió por una necesidad de
formación de recursos humanos que diseñaran las monedas. Después de agrupar
artistas, plástica, arquitectura y numismática. Asimismo, se ha preocupado de
verdad en proponer cómo integrar las artes visuales y el Diseño Gráfico, porque
antes estaban divididos. Las herramientas del Diseño Gráfico utilizadas por los
artistas visuales para generar producción que pueden generarlo también y comunicar
visualmente con lo plástico. Promueve la identidad y la enriquece con lo
plástico retomando elementos mexicanos incorporándolos, como sucedió durante la
década de los 80, cuando el diseño mexicano era muy identificable por los
colores pasteles del box, con la tipografía de colores e iconicidad llevada al
extranjero que la reconoce, sin duda alguna, con México”.
De
igual forma sucedió con La Esmeralda (Escuela Nacional de Pintura, Escultura y
Grabado (ENPEG) perteneciente al Instituto Nacional de Bellas Artes, que si
bien se fundó en la década de los 60, sus inicios radican en los talleres
gratuitos para todo el público (Escuelas de Pintura al Aire Libre),
principalmente a obreros y a campesinos, pero que de igual forma se vieron
concurridas por adultos y niños. Los talleres eran gratuitos y en ellos se
ofrecía una libertad completa con un desarrollo artístico principalmente
intuitivo, los cuales también fueron parte de la empresa cultural vasconcelista.
Y hasta el día de hoy perdura La Esmeralda como una de las principales
instituciones de la plástica nacional, de alto contenido académico.
El caricaturista de El Heraldo Juan Alarcón, licenciado en
Escultura por La Esmeralda, recuerda que en su generación (1988-1993) no existía
el término de artista visual, sino simplemente de pintor, grabador o escultor.
“Sin embargo, ya desde entonces estaba estructurando sus programas tendiendo
muy en cuenta al Diseño Gráfico, que es un arte más utilitario con un claro
objetivo público y editorial, por lo que sí se apoya en el arte aplicado a
ciertas necesidades visuales como es el caso de un espectacular, cuyo mensaje
tiene un objetivo específico y con la intervención del Diseño le da un objetivo
narrativo al cliente”. Asegura que el arte constituye un gozo visual y tiene un
valor por sí mismo, “por lo que hay todo un mercado de la apreciación de la
belleza en sí misma, lo cual también puede constituir un mercado de la
nostalgia al coleccionarse, además de las galerías de arte que lo promocionan”.
En cuanto a la aportación de La Esmeralda como escuela de artes plásticas
perteneciente al Instituto Nacional de Bellas Artes a la generación de una
identidad nacional, señala: “La identidad es un concepto de lo mexicano, con
una estética que ya tenemos, que nos rodea y constituye una memoria visual, a
lo que ha contribuido La Esmeralda con la apuesta en el futuro inmediato con la
formación de artistas que tienden a generar una identidad intrínseca en la
memoria colectiva bajo una idiosincrasia nacionalista”.
En
fin, como trabajo expresivo el arte constituye una actividad que responde a
intereses de los medios de comunicación masiva en dos sentidos: Lograr una
identidad propia mediante la conjunción de elementos distintivos (colores
corporativos, tipografía, locutores exclusivos, escenografía, vestuario,
musicalización, etcétera), y reflejar y reforzar sus intereses políticos,
sociales, utilitarios y económicos.
Y
para que quede más claro, el arte ha sido una de las tantas contribuciones a la
conformación de lo nacional mexicano, pero también es resultado de muchas y
variadas expresiones culturales y productos que no son del todo puros ni
originales (por ejemplo, el caballo del charro mexicano, animal que vino con
los españoles). Así pues, cada que alguien beba agua de jamaica por ser una
bebida cien por ciento nacional, nomás recuerde que esa flor es de origen árabe,
al igual que el traje típico de las veracruzanas…