Por: José Miguel Cobián
Todos los
días leo críticas, afortunadamente cada vez menores, en contra de quienes
votaron por AMLO. En lugar de señalar
los errores reales o supuestos del gobierno en turno, quienes señalan como
culpables de lo que hoy sucede a esos 30 millones de votantes, se olvidan de su
propia responsabilidad. Más allá de que
otorgar el voto no te convierte en co-responsable de las políticas públicas que
aplique el elegido para ejercer un puesto público. De ser así, considerando la corrupción
histórica, todo aquél que haya votado por un alcalde o gobernador que resultara
ganador, sería responsable también.
Lógica que aquéllos que quieren asumir desde su pequeñez una presunta superioridad dejan de lado.
El punto
es que aquéllos que tan fervientemente señalan a quien votó por AMLO, se
olvidan que ellos defienden a un régimen que se olvidó a lo largo de más de
cien años del 60% de la población de México, a la cual sólo se le brindaron
migajas del desarrollo del nuevo país que se estaba creando.
Un país
que lleva 100 años de independiente y que no ha logrado sacar de la pobreza a
60 millones de habitantes, algo ha hecho mal.
Un país que no ha logrado elevar el nivel cultural de su población después
de cien años, es seguro que ha cometido errores muy graves en su forma de
gobierno.
Un país
que inició la mejoría del índice de bienestar de Gini a partir de la
instauración del neoliberalismo, pero que conserva sus índices de pobreza y
pobreza extrema casi inalterables, seguramente no está haciendo las cosas
bien. Sobre todo cuando se observa a
otras naciones como Corea del Sur, que en un período de 40 años, es decir, dos
generaciones, logra incrementar los niveles de bienestar de la mayoría de su
población de una manera tal, que deja muy atrás a otro país al que hace 40 años
anhelaba parecerse, nuestro México.
Todos y
cada uno de los beneficiados del estatus quo existente hasta antes de la
elección de 2018 tienen una responsabilidad en el triunfo de su hoy odiado
Andrés Manuel López Obrador. Desde el
general que afirmaba que los pobres debían morirse para no estorbar y no gastar
recursos públicos en ellos (verídico pues me lo dijo a mí y me reservo su
nombre por lealtad militar), hasta el funcionario corrupto que a sabiendas que
el dinero era del presupuesto, no le importó y dispuso de él alegremente, ya
fuera de manera directa o como beneficio otorgado por su superior. El funcionario policíaco represor y abusivo
del que menos tiene, coludido con el crimen organizado, igual que el miembro de
la fiscalía que recibe dinero para procurar justicia a modo, o el miembro del
juzgado que vende literalmente la justicia al mejor postor.
Y qué
decir del médico del hospital público que frena la operación urgente de su
paciente para convencerlo de llevarla a cabo en un hospital privado. O el qué se lleva y distrae recursos de la
clínica pública a su consultorio.
O mejor
hablemos del proveedor de un bien o servicio al gobierno que vendía con una
ganancia excesiva para poder pagar los moches de los cuáles era cómplice
(igualito que Bartlett Jr., al que hoy muchos se desgarran las vestiduras para
señalarlo).
Podría
llenar un libro completo señalando abusos y formas de robar al pueblo de
México, quien es propietario del erario público. Pero ese no es el tema. Lo que deseo señalar es que en este país ha
habido una clase privilegiada por sus actividades criminales en contra de la
nación, que muchos de ellos son reconocidos políticos que han medrado en su
paso por el sector público, o servidores públicos que han hecho lo mismo.
Puedes ponerle ex a cualquier título, que la regla aplica igual.
Sabemos de
la apatía y sumisión proverbial del pueblo de México generada por el temor a
los aztecas por parte de los pueblos originarios del centro de México sometidos
y humillados por esa tribu chichimeca salvaje de bárbaros que llegó del
norte. Estimulada por los abusos de los
españoles a partir de la conquista y luego por los gobernantes y poderosos en
turno a partir de la independencia y posteriormente exacerbados por los
herederos de la revolución mexicana, la mayoría una caterva de bandidos y
ladrones, que hoy consideramos héroes nacionales, ante la escasez de verdaderos
héroes.
Sin
embargo, esa sumisión lleva también un rencor soterrado, como el de los
Tlaxcaltecas contra de los aztecas. Ese
rencor salió a la luz, cuando llegó Hernán Cortés ofreciendo libertad y
venganza, mejores condiciones de vida para esa mayoría oprimida, que no contaba
con los mínimos satisfactores de bienestar de su época.
Pues AMLO
fue el Hernán Cortés de los inicios del siglo XXI. No importaba si mentía, si demostraba
ignorancia, si en la ciudad de México no fue un buen gobernante, si estaba
rodeado de comunistas o de incompetentes, lo único importante es que serían
quién acabaría con los opresores, hoy no Aztecas, pero si miembros distinguidos
del PRI, del PAN, del PRD, y de la clase alta, esa que tanto se ha beneficiado
por su relación con el poderoso en turno.
Si hoy
sucede lo mismo que sucedió a los pueblos originarios, cuando Cortés y sus
sucesores no le cumplieron al 100% a sus aliados, aunque sí les otorgaron un
estatus superior que a los vencidos, no es culpa ni de los votantes de AMLO ni
de los Aztecas. Si quienes dominaban el
país hubieran sido más solidarios con ese 60% de la población en niveles de
pobreza, si los hubieran visto como hermanos mexicanos, como seres humanos con
derecho a un mejor nivel de vida, ni Cortés ni AMLO hubieran gobernador. Si hubieran generado un colchón de personas
con algo de perder con el cambio de gobierno, no estuvieran cómo están.
El
bienestar de uno depende del bienestar de todos. Mientras eso no se entienda y
sigamos con el egoísmo de buscar el bienestar personal y no el colectivo,
seguirán apareciendo personajes como don Hernán o don Andrés, que ofrezcan que
pueden llevarnos a un mejor futuro, sin que exista la certeza de que lo
lograrán, pero mientras se llega al juicio de la historia, las estructuras
crujen ante un futuro incierto, y para los perdedores, también ausente de
esperanza.
Sólo
cuando pensemos en todos y no en unos cuantos privilegiados México dejará de
ser el paraíso del mal, para convertirse en el país que merecemos todos los
mexicanos.