El
Baldón: México un país de ciegos y sordos.
Por: José Miguel Cobián
Quien visita México, quien lee
la prensa o mira noticieros en redes o
en televisión, podría pensar que México está habitado por ciudadanos
conscientes de lo que sucede en su país, dedicados a mejorar lo bueno y a combatir
lo malo, en su diario vivir. Sin
embargo, México es un país de instituciones endebles, dónde el mal permea en
todos los estratos de la sociedad, sin que las grandes o pequeñas instituciones
luchen en su contra, salvo honrosas pero muy escasas excepciones. Lamentablemente el mirar hacia otro lado, el
considerarse tan pequeño que es imposible que uno ayude a la solución, la
apatía e incluso la complicidad de muchos mexicanos han convertido al país en
un enorme infierno para cientos de miles de personas, sin la mínima posibilidad
de heredar un mejor futuro a las siguientes generaciones.
Si estás pensando que esta
colaboración es un ¨yo acuso¨, tienes toda la razón. Acusaré a quienes actúan
como criminales pero también a quienes permiten que actúen como criminales.
Para estar informados, basta
sentarse una hora ante una computadora y escuchar a Lydia Cacho, a Anabel
Hernández, a Edgardo Buscaglia, a Carmen Aristegui, Marcela Turati, Rafael
Barajas, Diego Osorno entre muchos más y sólo nombro a los más famosos, porque
hay más mexicanos luchando todos los días, luchando solos, sin eco en la
sociedad ni en las instituciones que presuntamente rigen la vida y la moral de
los mexicanos.
México es un país donde el
crimen es el rey. Actúan con total impunidad los criminales en el país, sabemos
que no es nuevo, también sabemos que es permanente, que sucedía ayer y que
sucede hoy, incluso, si no hacemos nada, también sucederá mañana. La complicidad entre el poder público
destinado en teoría a combatir al crimen, miembros distinguidos de la sociedad mexicana
que debería repudiarlo, comunidades enteras que se dedican a delinquir o a
proteger delincuentes y la propia delincuencia organizada o no, es algo
evidente, algo que sucede ante nuestros ojos, y sin embargo, casi todos estamos
callados.
Los mexicanos sabemos que hay
crímenes a los que ya nos hemos acostumbrado, como el huachicol, los asesinatos
pagados, los robos, los asaltos, los secuestros, el tráfico y venta de drogas
ilícitas. También sabemos que hay dinero
del crimen organizado apoyando campañas políticas, sabemos que hay empresas y
empresarios que ofrecen millones de dólares a los candidatos a cambio de
beneficios, facilidades y contratos una vez que logren el poder. En México es bien sabido que existe una
enorme corrupción en el sector público, que los contratos se otorgan con
sobreprecios a amigos o miembros del clan, y que llegar a una secretaría de
estado implica llegar a hacerse rico, no se diga a una gubernatura, la
presidencia de la república o una humilde alcaldía municipal, y lo que es peor,
lo vemos como algo normal.
Ya de por sí considerar a la
corrupción y al crimen como algo que forma parte de nuestra sociedad, de
nuestra vida cotidiana, habla mucho y muy mal de los mexicanos. Pero cuando se adentra uno un poco en otro
tipo de conductas criminales, más allá del lavado de dinero o de delitos de
cuello blanco, llegamos a cuestionarnos sobre la clase de sociedad en que
vivimos.
Por mencionar algunos
ejemplos, en México existe el tráfico de personas, en sus distintas
modalidades, la importación y el consumo también de niños y niñas para tráfico
sexual. La trata de blancas, es decir la venta de mujeres y últimamente de
jóvenes varones utilizados como esclavos sexuales. La compra y venta de niños, jóvenes y adultos
para trabajo esclavo. La compra y la
leva de jóvenes para trabajar como sicarios y asesinos bajo las órdenes de
quien los adquiere.
Resulta aberrante una sociedad
que no se horroriza de que en su seno se realicen este tipo de crímenes, redes
nacionales e internacionales los comercializan, corrompen y logran la
complicidad de autoridades locales, estatales y federales, y promueven el
consumo de ¨sus productos¨ con funcionarios públicos de alto nivel y altos
capitanes de la industria y el comercio, además, generan turismo sexual
internacional, convirtiendo a México en un paraíso para las mentes más enfermas
del mundo, superando hoy en día a Tailandia.
Generando ingresos para las distintas mafias mundiales, como la rusa, la
italiana, la japonesa, la americana y obviamente, convirtiendo en reyes de un
negocio multifacético a los criminales nacionales.
¿Es ese el futuro que le
heredas a las siguientes generaciones?
¿El riesgo de que algún familiar tuyo sea asesinado, secuestrado,
torturado, vendido como esclavo ya sea sexual o de otra índole, obligado a
matar o a cometer cualquier tipo de crímenes, no te basta para pegar el grito
en el cielo y exigir un cambio en la actitud permisiva de autoridades y
sociedad en general? ¿No te incomoda que
Tlaxcala sea conocido a nivel mundial por su cultura de trata y tráfico de
personas?
Todas son preguntas válidas
ante la permisividad con que la sociedad trata estos temas. Ante la hipocresía
de voltear a otro lado y fingir que nada sucede, salvo cuando las buenas
conciencias deciden actuar y protestar ante la posibilidad de legalizar el
aborto. Y es ahí cuando uno se pregunta
¿Es lo único que les interesa cuando hay tanto por hacer? O los líderes
religiosos solo se interesan en eso porque les genera dividendos y es
suficiente para mantener a su grey pensando que cumplen la obra que Dios les
encomendó. Total el resto de cosas
terribles que suceden en el país no es necesario enfrentarlas, porque las
realizan criminales. Luchar contra el
aborto es mucho más fácil que luchar contra el resto de crímenes que el mismo
Dios aborrece. Respeto la lucha
ideológica de cada quien, solo cuestiono si es suficiente luchar contra una
pequeña parte de lo que se considera ¨hacer el mal¨, sin luchar contra el resto,
con la justificación de que el enemigo que aborta es pequeño y el enemigo que
realiza el resto de los crímenes es muy fuerte y puede dañarme.
Solo es una reflexión.