Ing. Fernando Padilla Farfán
Urgente es que la
política que se practica en México eleve su nivel. Los métodos que actualmente
se emplean para hacer política están desgastados y desactualizados. Lo
políticos requieren mayor preparación y profesionalización para tener un
desempeño más decoroso en su actuar como servidores públicos. Innegable es que
un político preparado rendirá mejores frutos a la ciudadanía, y el País tendrá
un mayor nivel de competencia en relación a las naciones más desarrolladas del
orbe.
Las
campañas políticas, por ejemplo, actualmente se realizan con el mismo formato
de hace cincuenta años que, en ocasiones, por la falta de profesionalismo en el
diseño de las mismas lejos de contribuir en la proyección de los candidatos,
resulta lo contrario. El discurso es muy importante en la aceptación de un
político en el ánimo ciudadano. La alocución es determinante para la proyección
de su imagen. Ante una sociedad más informada y globalizada, con tantos medios
de comunicación a su alcance, principalmente los electrónicos, los políticos no
deben depender de la improvisación, tienen que acudir a los profesionales para
conseguir los elementos necesarios que contribuirán favorablemente en su
desempeño.
Al respecto, los expertos en oratoria han
observado que la inmensa mayoría de los políticos mexicanos utilizan un discurso
de bajo impacto porque piensan en frases que los engrandezcan, con tonos de voz
altos y ademanes que los hacen sentir importantes, cuando en realidad lo que
está ocurriendo es que así están marcando distancia con su público, impidiendo
con ello que quienes escuchan el mensaje no se sientan identificados con el
orador; al contrario: se establece cierta desconexión entre ambas partes.
Queda claro que si alguien
habla bien, con la asistencia de un experto hablará mejor, partiendo de la idea
que el entrenamiento le permitirá alinear mejor sus ideas para transmitirlas
despertando en la audiencia el efecto requerido. Actualmente en la política el
discurso es una herramienta desperdiciada. Los oradores creen que lo más
importante es impresionar a la audiencia cuando lo que sucede es que lejos de
transmitir un mensaje comprensible que lo entienda cualquiera, sin importar su
nivel de cultura, se convierte en una sucesión de palabras y frases sin el
efecto motivador deseado.
Los
expertos apuntan que “No se trata de
aprenderse un discurso, de fingir la voz o parecer algo que no se es, se trata
de hacer un discurso que sale de lo más profundo de la persona, es algo que
todos pensamos, que todos sentimos; sólo hay que poner en relación lo que se
siente, lo que se piensa y lo que se dice, entonces el mensaje sale claro y la
gente lo recibe bien”.
Es
común que en los discursos de los políticos se observe que cuando son leídos,
no despiertan la menor emoción en quienes los escuchan. Esto resulta porque son
sus colaboradores quienes los elaboran con palabras o ideas que al ser leídas
se escuchan llanas, sin la entonación adecuada, porque ni siquiera son
estudiados previamente y en su caso corregidos. Algo similar ocurre en las
campañas políticas: los discursos de los candidatos refieren temas que no
representan el menor interés de los ciudadanos, con asuntos que ni siquiera son
de la competencia del cargo al cual aspira.
Una
campaña política con miras a obtener los mejores resultados en las urnas, debe
estar enmarcada dentro de la ética, la moral y el profesionalismo. No ha sido
comprobado plenamente que una campaña en la que abunden las descalificaciones
haya sido provechosa para quien la aplica; aparte que el costo social siempre
es muy alto. En las campañas políticas debe partirse que los otros
contendientes para el mismo cargo no son enemigos, como regularmente se les
clasifica, sino competidores. En un país donde la violencia es la constante, lo
que menos debe ofrecérsele al elector, es una contienda electoral llena de
descalificaciones e insultos. Los ciudadanos rechazan la violencia así sea
verbal.
Otro aspecto que los candidatos deben calcular es que la parte principal de
los discursos de campaña, deban ser los temas que durante el ejercicio de sus
funciones vayan a desarrollar. A la consideración de los electores deben
someter sus planes de trabajo para que los conozcan, los valoren y en las
urnas, con su voto, la gente los apruebe, y una vez elegido pueda
implementarlas sabiendo que cuenta con el respaldo y apoyo de los ciudadanos.
Aunque es creciente el número de políticos que contratan los servicios de
consultores calificados en estos temas, el número de quienes siguen métodos
tradicionales tanto en campaña como en el ejercicio de gobierno, es
preocupantemente alto.
Queda claro que para que un candidato tenga buenos resultados en las urnas,
debe vincular su discurso con su personalidad y sus conocimientos; buscar el
punto de unión entre su oferta y los demandantes y, fundamentalmente, proyectar
la confianza que a final de cuentas sería la que permitiría al elector pensar
en la seguridad que una vez electo, llevaría a cabo lo que durante su campaña
se comprometió realizar.
Sin embargo, los asesores profesionales deben ir más allá de las campañas
políticas. Deben participar en el seguimiento de las políticas públicas que
marcan el estilo de gobernar del político. Los especialistas deben coadyuvar en
la implementación de los programas de gobierno. El propósito es que la gente
que votó por ellos vea satisfecha su decisión de haber depositado el voto a su
favor, creando un precedente de confianza para elecciones futuras que
favorecería a los candidatos y a los partidos que los postulen.