Ángel
Rafael Martínez Alarcón.
El primero de marzo de
1854, un grupo de políticos y hacendados en el hoy estado de Guerrero,
proclaman el Plan de Ayutla; signado por Juan Álvarez.
Entre los años de 1854 a 1867, trece largos años de la lucha de dos proyectos
de nación. En un primer momento fue expulsar de la presidencia de la
República al General Antonio López de Santa Anna. Quien desde 1833
hasta 1855, gobernó el país durante once ocasiones, sumando todos los años no
dan seis cortos años.
El
conflicto político se agudiza al prestarse un nuevo proyecto de Constitución de
corte liberal, afectando los intereses de la Iglesia Católica Apostólica y
Romana. La aprobación de la Constitución del cinco de febrero de 1857 .La
renuncia de Ignacio Comonfort como presidente de la República, que dio
paso a Benito Juárez García asumir la titularidad del poder ejecutivo
federal de una manera dictatorial por espacio de quince años, hasta su muerte
en el año de 1872.
En
estos años de luchas internas entre los liberales y conservadores, las
potencias europeas no dejaron de ambicionar el territorio nacional, en
particular el reino de Francia. Así en la primavera de 1862, las tropas del
emperador Napoleón III, el cinco de mayo del año antes señalado
sufriendo una derrota militar en los Fuertes de Puebla, siendo el héroe el
joven General Ignacio Zaragoza, a lado del militar oaxaqueño Porfirio
Díaz.
El
bando conservador y su aliado natural la jerarquía católica, van a busca de un
príncipe europeo; el emperador Napoleón III, los remite a la casa
gobernante de los Habsburgo. En 1864, se inicia el segundo imperio
mexicano, al frente el archiduque Maximiliano de Habsburgo y Carlota.
Hay que recordar que el virreinato de la Nueva España, durante dos siglos
fueron los gobernantes. En esos momentos Juárez encabezaba la República
itinerante, y lucha entre ambos bandos fue encarnizada. El segundo imperio dejó
de recibir los apoyos morales y materiales procedentes de Europa, para el año
de 1867.
La
victoria en la toma de la ciudad de Puebla o mejor conocida como la batalla del
2 de abril de 1867, tiene varios significados, uno de los primeros fue romper
el cerco del ejército invasor y lograr la captura del emperador usurpador de Maximiliano,
el triunfo del proyecto liberal al mando de Benito Juárez. También
permitió la revalorización política de la figura del General Porfirio
Díaz, naciéndole su interés para participar en candidato a la Presidencia
de la República, provocando una ruptura con Juárez, así el
oaxaqueño general se convirtió el primer gran peligro para México. Luego
de varios intentos de ocupar la presidencia de la república, y con varios
planes político-militar, en 1876, logró su objetivo de ser presidente de
México, entre los años de 1876-1880 y 1884 a 1911.
Durante
todo el porfirista, la fiesta nacional por excelencia fue el dos de abril, así
las grandes celebración para el Presidente de la República, fue hacer eco de la
reconquista de la independencia nacional, las grandes inauguraciones de
edificios públicos, desfiles, los bailes para de la elite gobernante,
inauguraciones de las escuelas.
En
las memorias del General Porfirio Díaz,
escribió:
A
las 3 menos 15 minutos de la mañana del 2 de abril, rompí el fuego en brecha
sobre las trincheras del Carmen y cuando estuvieron agotadas las municiones de
artillería que no eran muchas, ordené el movimiento de la primera columna de
ataque falso. Está marchó vigorosamente sobre la trinchera del Carmen, siendo
recibida desde que el enemigo pudo sentir su movimiento, con vivo fuego a
metralla y retrocedió en desorden y con fuertes pérdidas, como unos cien metros
antes de llegar a la trinchera, pues su ataque era largo y en llanura limpia.
Destaqué inmediatamente a la segunda columna que llegó hasta la contraescarpa y
fue también rechazada, y luego la tercera que avanzó algo más, pues no
solamente llegó a la contraescarpa, sino que intentó pasar el foso y dejó
algunos cadáveres dentro de él, y fue también rechazada.
En estos momentos, mediante un toque convenido de clarín, mandé encender el lienzo preparado entre las dos torres del cerro de San Juan, que significaba la orden de asalto general y que ninguno podía dejar de ver, puesto que estaba en la cúspide del mismo cerro.
El escrupuloso silencio en que habían permanecido toda la noche nuestras líneas de aproche, fue interrumpido por un fuego general, tanto de las columnas asaltantes, como de los defensores de las trincheras y de los coronamientos que el enemigo tenía en los edificios altos y balcones, que formaban un canal de fuego por donde los asaltantes tenían que pasar antes de tocar una trinchera.
Yo había reunido un gran número de Jefes y Oficiales que sucesivamente se me habían ido presentando y que no teniendo servicio que darles los había armado y formado con ellos una Legión de Honor, pero a media noche de la víspera del ataque los dividí previamente en grupos de a cinco hombres, armados todos con mosquetes cortos y ordené a cada Jefe de grupo que se posesionaran de las escaleras que habían abandonado en la parte de la ciudad que ocupábamos nosotros y que habían pertenecido al servicio del alumbrado público, para que en los momentos en que las columnas iniciaran sus respectivos ataques, estos grupos, escalando los balcones de todas las manzanas que estuvieran encerradas entre dos ataques y por las azoteas o por las horadaciones, vinieran a introducir el desorden entre los edificios de dichas manzanas que a la sazón debían estar preocupadas en las defensas de sus respectivas trincheras.
Distribuí otra parte de esa misma Legión de Honor, en grupos de cuatro personas cada uno, y designé a cada grupo una manzana para que colocado un oficial en cada esquina, por donde ya hubieran pasado las columnas de asalto, hicieran el servicio de policía para evitar los desmanes que la tropa vencedora intentara cometer en la ciudad. La señal para el movimiento de esos grupos sería el paso de las columnas.
El fuego vivísimo de fusilería y de cañón no duraría en todo su vigor, arriba de diez minutos, y a los quince minutos ya no quedaban defendiéndose más que las torres de Catedral, y las alturas de San Agustín y del Carmen.
Las columnas rechazadas por el Carmen, volvieron de nuevo a la carga y penetraron por el mismo punto por donde habían sido rechazadas, cuando el ataque se hizo general en toda la ciudad. Cf. http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1020003000/1020003000_MA.PDF
En estos momentos, mediante un toque convenido de clarín, mandé encender el lienzo preparado entre las dos torres del cerro de San Juan, que significaba la orden de asalto general y que ninguno podía dejar de ver, puesto que estaba en la cúspide del mismo cerro.
El escrupuloso silencio en que habían permanecido toda la noche nuestras líneas de aproche, fue interrumpido por un fuego general, tanto de las columnas asaltantes, como de los defensores de las trincheras y de los coronamientos que el enemigo tenía en los edificios altos y balcones, que formaban un canal de fuego por donde los asaltantes tenían que pasar antes de tocar una trinchera.
Yo había reunido un gran número de Jefes y Oficiales que sucesivamente se me habían ido presentando y que no teniendo servicio que darles los había armado y formado con ellos una Legión de Honor, pero a media noche de la víspera del ataque los dividí previamente en grupos de a cinco hombres, armados todos con mosquetes cortos y ordené a cada Jefe de grupo que se posesionaran de las escaleras que habían abandonado en la parte de la ciudad que ocupábamos nosotros y que habían pertenecido al servicio del alumbrado público, para que en los momentos en que las columnas iniciaran sus respectivos ataques, estos grupos, escalando los balcones de todas las manzanas que estuvieran encerradas entre dos ataques y por las azoteas o por las horadaciones, vinieran a introducir el desorden entre los edificios de dichas manzanas que a la sazón debían estar preocupadas en las defensas de sus respectivas trincheras.
Distribuí otra parte de esa misma Legión de Honor, en grupos de cuatro personas cada uno, y designé a cada grupo una manzana para que colocado un oficial en cada esquina, por donde ya hubieran pasado las columnas de asalto, hicieran el servicio de policía para evitar los desmanes que la tropa vencedora intentara cometer en la ciudad. La señal para el movimiento de esos grupos sería el paso de las columnas.
El fuego vivísimo de fusilería y de cañón no duraría en todo su vigor, arriba de diez minutos, y a los quince minutos ya no quedaban defendiéndose más que las torres de Catedral, y las alturas de San Agustín y del Carmen.
Las columnas rechazadas por el Carmen, volvieron de nuevo a la carga y penetraron por el mismo punto por donde habían sido rechazadas, cuando el ataque se hizo general en toda la ciudad. Cf. http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1020003000/1020003000_MA.PDF