Por:
José Miguel Cobián
Los funcionarios
públicos, de todos los niveles y de todos los partidos políticos rechazan la
crítica, y rechazan aún más la investigación y el señalamiento que los pocos
periodistas independientes realizan y publican, acerca de las tropelías que
realizan esos mismos funcionarios públicos.
Cierto es que muchos
periodistas que apenas sobreviven, se ven obligados a aceptar gratificaciones
por publicar tal o cual asunto que
beneficia a su benefactor o perjudica a los enemigos de quien hace el donativo. Pero también es cierto que hay muchos
periodistas que disfrutan de informar la verdad, o cuando menos la parte de
verdad que ellos perciben sobre los asuntos públicos. Y es a esos en particular a quienes los
funcionarios les tienen más horror.
Esto sucede en todos los niveles de
gobierno. Desde un humilde y soberbio
secretario de un ayuntamiento panista como es el de Córdoba, pasando por un
gobernador que no quiere escuchar lo que está haciendo mal como el de Veracruz,
o un candidato a la presidencia como AMLO que no acepta la mínima objeción a su
verdad alternativa. En México hay un
ataque masivo a la libertad de expresión. Con el fin de lograr que la realidad
no sea percibida como es, sino como los políticos y funcionarios desean que se
vea.
Comencemos con el más
pequeño, para explicar con el ejemplo:
En Córdoba desde que inició la comuna actual se han señalado una y otra
vez los efectos de una mala administración.
Resulta que el secretario del ayuntamiento, recibe la encomienda (más
allá de sus capacidades) de controlar políticamente la ciudad y decide afirmar
que quien señala y critica lo realizado por su comuna, lo hace porque aspira a
una gratificación para quedarse callado.
Lo asume a tal grado, que se torna política del municipio otorgar a
miembros prominentes de alguna cámara o de la opinión pública, contratos de
obra pública y asignarles compras de bienes y servicios sin mediar licitación
alguna. Se trata de comprar con dinero
la opinión de quien debe señalar lo que está mal. Y así, los convierte en focas aplaudidoras
(término muy panista). Licitaciones
amañadas, obras carísimas, corrupción que no puede ocultarse aunque resulta más
difícil de probar y sobre todo, promesas incumplidas, cuando son señaladas
resultan en ataques a la persona, en lugar de modificar la conducta y hacer lo
correcto….
En el caso estatal,
vemos a un gobernador que no acepta la mínima crítica en reuniones dónde se
presenta. Que evita invitar a quien
pueda cuestionarle, y que si ya fue invitado, evita darle la palabra. Un gobernador que no quiere explicar porque
su gobierno está paralizado, y asume que sus gobernados aceptarán una y otra
vez el pretexto de que recibió la casa en ruinas. Ruinas que no se percibe cuándo comenzarán a
levantarse. El rechazo a los periodistas
en su gobierno es generalizado, le tienen asco los funcionarios mayores y los
menores, cualquier señalamiento se percibe como agresión, y jamás existe la
mínima posibilidad de autocrítica. La
política de estas conmigo o estás contra mi, ya se refleja de una manera más
dura en el ambiente de los medios de comunicación. Se añoran los tiempos en que el medio de
comunicación reflejaba la opinión de la sociedad, y el gobernante en turno,
tomaba decisiones para atender lo que el ciudadano requiere o solicita.
A nivel de Andrés
Manuel la situación se torna peligrosa. Peligrosa porque las hordas de
seguidores no analizan lo que algún medio señala. Si el mensajero transmite un señalamiento en
contra de los inmaculados. Si el
periodista descubre un mal manejo de dinero público o síntomas de
corrupción. Si el editorialista analiza
un comportamiento o actitud y ésta resulta francamente reprobable. En todos
los casos surge el fantasma del autoritarismo, el linchamiento público,
los ataques en redes sociales e incluso el propio Andrés Manuel acusa sin
fundamento. El extremo se acaba de dar
en la entrevista con Pepe Cárdenas, en la cual, cuando carece de argumentos don
Andrés, en lugar de tratar de responder una pregunta directa, se le va a la
yugular al entrevistador y lo acusa de parecerse al INE o a la FEPADE. Para Andrés Manuel la única realidad es la
suya, la única verdad es la suya, y si alguien trata de entablar un diálogo, si
trata de preguntar para conocer su opinión sobre un asunto espinoso, si
simplemente cumple su labor de tratar de saber el criterio de su entrevistado.
Inmediatamente sufrirá el ataque de ira, los señalamientos que no vienen al
caso, la desviación del tema, la salida por la tangente, y la descalificación. Todo antes de expresar la opinión sobre un
asunto delicado, pues la opinión de Andrés podría perjudicar a sus candidatos y
a su proyecto. Con Andrés Manuel se trata
de creerle todo, aunque no presente pruebas.
De aceptar todo lo que diga, aunque vaya en contra de la razón. De someterse a los designios del candidato
muy parecido a un tirano, aunque sus propuestas no superen el mínimo
análisis. Y si la realidad dice algo
diferente a lo que dice Andrés Manuel, entonces la realidad está mal, y asunto
arreglado.
Estos actos
autoritarios son los que hacen temer a la población y desconfiar a aquéllos que
tienen cinco centímetros de frente. Si
a nivel municipal la actitud prepotente y ridícula de un secretario de
ayuntamiento soberbio en su pequeñez resulta anecdótica. Y si a nivel estatal la negación de una
realidad, o el interés de mantener a la población distraída ante la
imposibilidad de resolver lo que se prometió en campaña, no resulta tan grave
porque hablamos de dos años de gobierno nada más. A nivel federal la situación se torna
grave. El ataque sistemático y repetido
contra de quien disiente, contra de quien tiene una opinión diferente, nos muestra
un camino hacia la absoluta intolerancia, hacia la polarización del país y
hacia un sendero mucho más peligroso que en el que hoy la ineptitud y
cleptomanía del Presidente Peña y su círculo cercano nos llevan.
¿Será acaso que México no puede ser plural y democrático? ¿Será
que no hay capacidad de autocrítica, de mejoría en el mexicano ocupando un
puesto público? ¿Será que no entendemos
todavía que los puestos públicos son para servir a los demás y no para
convertirnos en reyezuelos de zarzuela?
¿Será que no podemos entender la posición del otro, y dialogar para
encontrar puntos en común y soluciones?
¿Siempre trataremos de imponer nuestra verdad a los demás?