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El Baldón: Ucrania

El Baldón: Ucrania

José Miguel Cobián

 


Escuché hace unos días una respuesta del presidente Vladimir Vladimirovich Putin a una reportera, en la cual explicaba que a Rusia le preocupa la presencia de la OTAN en su vecindario más cercano. Habló de la incomodidad de tener misiles americanos a unos cuantos metros de la frontera de Rusia, y de cómo Rusia había cumplido a cabalidad acuerdos de paz y seguridad en la región.

 

Escucharlo y convencerse de que tiene razón y que occidente es el malo en esta película es muy fácil, hasta que comienzas a investigar un poco que ha pasado en la relación de Rusia y los países que antiguamente integraron el imperio de la URSS, y si nos vamos más atrás en la historia, las bases de la cultura moderna rusa, derivadas de dos grandes ejes, la religión cristiana ortodoxa y las decisiones de un siempre poderoso Zar de todas las Rusias.

 

La influencia que tiene de manera directa en los gobiernos de BIelorusia, Kasajastán, Kirguistán, las presiones sobre Letonia, pero sobre todo, la anexión de la península de Crimea y el apoyo que desde 2014 le ha otorgado Rusia a los separatistas en la región de Donbás en Ucrania, hacen pensar que entre las palabras suaves de Putin y los hechos hay un mundo de distancia.

 

Las naciones que en alguna época estuvieron sometidas al dominio ruso después de la segunda guerra mundial, y que lograron alejarse del manto ruso con la caída de la URSS no encontraron mejor camino para protegerse que ingresar a la OTAN, y lo hicieron, no para amenazar a Rusia, sino para proteger su propia independencia, ante las amenazas crecientes de que el oso ruso, una vez más volviera por sus dominios en Europa y Asia.

 

Alemania principalmente y el resto de Europa dependen del gas ruso. Los rusos dependen de los euros europeos para mantener una economía sana.  Si ante la invasión de Crimea occidente quedó pasmado, ahora ante la amenaza a Ucrania ha habido una respuesta diferente.  Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, como aliados principales, así como Polonia y otros estados con menor poderío militar, han enviado todo tipo de apoyo a Ucrania. Lo cual complica la invasión, aunque nadie duda del triunfo ruso en el mediano plazo.

 

El problema son los costos para Rusia.  La economía no está en su mejor momento, y las sanciones que vendrían después de una invasión armada generarían malestar social, que hoy podría ser perfectamente controlado por las huestes de policía interior de Putin, pero que puede llegar a tensiones sociales incalculables en el mediano plazo.   ¿Le conviene a Putin generar molestia social para lograr un objetivo que a la mayoría de los rusos no les importa?  Incluso no importa que Vladimir Ilich Uliánov Lenin situara el origen de Rusia en Ucrania, al pueblo llano no le importa más que su propio bienestar, que con dificultad logran en estos días en Rusia.

 

Xi Jinping el líder chino, en su reunión con Putin afirmó que apoyaba las pretensiones rusas de seguridad en su vecindario, y que se unía a Rusia en un bloque de Oriente contra Occidente.  La mayoría de los internacionalistas interpretaron este respaldo como un pago a cambio de que las hostilidades no inicien antes del 20 de febrero, que es cuando terminan las olimpiadas de invierno en China.  Un precio muy bajo para China, a cambio de no perder reflectores internacionales en un momento cumbre  para exhibir el poderío tecnológico chino ante el mundo entero.   Más allá de la retórica de esta declaración no se espera que China tome partido, pues para ellos, tanto Rusia como occidente son adversarios no  muy confiables.

 

Desde esta óptica de análisis, y mientras Putin espera que las nieves se descongelen, y se reduzca el frío en el invierno ruso, todos los jugadores mueven sus piezas para evitar el conflicto armado, y encontrar una salida airosa que permita a Putin evitar la invasión, con los consiguientes costos para su país, pues como buen Zar, no admitirá jamás que cometió un error al iniciar la movilización de tropas a sus frontera, y amenazar con una invasión que no llevaría a cabo.

 

El problema es que ya se le ofreció que Ucrania no se sume a la OTAN y lo rechazó.  No hay mucho más que ofrecer, salvo quizá la aprobación del gasoducto que llevará gas ruso a Europa Occidental, y al cual se ha opuesto terminantemente el gobierno estadounidense ante el riesgo de una mayor influencia Rusa en las decisiones de los países más importantes de la Unión Europea.

 

En los mercados bursátiles la posible invasión a Ucrania no ha generado gran expectativa. Los occidentales saben que lo que suceda en las planicies de Asia Central no van a impactar en los negocios que realizan entre ellos mismos.  Si acaso, los futuros del rublo van a la baja, y las expectativas de las empresas rusas también son negativas.

 

La única y verdadera víctima ha sido la población de Ucrania.  Más de 50,000 casas destruidas, más de medio millón de desplazados, cierre de comercios, pérdida de oportunidades de crecimiento económico, y hasta hace poco una población dividida entre pro rusos y contra rusos.  Hoy esta amenaza ha unido al pueblo ucraniano que exige de manera terminante la incorporación de Ucrania a la OTAN, y salvaguardar la soberanía de su país ante la amenaza de sus hermanos cristianos ortodoxos rusos.

 

Parece que la apuesta de Putin se le ha complicado mucho.

 

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